Flores contra barricadas

La movilización minera ha desencadenado un verdadero ‘polvorín’ de luchas laborales en Asturies, apoyadas en un ambiente previo de protesta social –mayoritariamente encarnado por el 15-M-. El 4 de Junio, tras ocho días de huelga minera, los 8.000 trabajadores del transporte de viajeros y mercancías iniciaban otra huelga indefinida que, tras cinco días, logró que una de las dos patronales del transporte diera su brazo a torcer y mantuviese el convenio colectivo. 16 sindicalistas de Thyssen, una de las mayores empresas asturianas, se encerraban el pasado 13 de Junio en su fábrica de Mieres, mimetizando a los mineros de los pozos. A los tres días, la empresa cedía en sus reivindicaciones de realizar un ERE que afectaría a 181 trabajadores. La marea verde educativa convocaba actos que finalizaban en la Acampada minera de CCOO frente a la Delegación del Gobierno en Uviéu, mientras que un reducido grupo de interinos se lanzaba a la huelga general indefinida, coincidiendo con los 63 trabajadores de Avanzit, una subcontrata de Telefónica, que ha secundado al 100% otra huelga de ese tipo. Los trabajadores de la Fábrica de Armas convocaban, finalmente, una huelga indefinida parcial a partir del 25 de Junio. Contraponer estas luchas con las del 15-M es un error, ambas se retroalimentan mutuamente. Son respuestas ante la crisis y los planes de austeridad de perfiles diferentes de trabajadores y permiten un aprendizaje mutuo.

La restructuración capitalista
La restructuración capitalista neoliberal, desde finales de los 70, borra las condiciones de trabajo que habían sido habituales durante el siglo anterior. En algunos sectores el cambio es gradual, una parte de los empleados mantiene estabilidad, sindicación y dignas condiciones de trabajo. Poco a poco ese grupo va declinando en número, para pasar a ser sustituido por una base periférica de la plantilla, parcial o totalmente desvinculada de la compañía y de estos trabajadores estables. Mientras, en otros sectores –como el de servicios- el cambio es radical: ya no existirá el trabajo como antes se conocía. Se diseñarán unas condiciones laborales que asegurarán que la norma sea la falta de contacto entre los trabajadores, el mantenimiento de una alta rotación laboral, la ausencia de sindicatos o la individualización de las relaciones laborales. Estas situaciones, con la que están familiarizadas las generaciones más jóvenes, hará que los trabajadores forjen su identidad de forma ajena al trabajo, ya no se describirán como “empleado de x compañía” o “miembro de x sindicato”. Su combatividad en el trabajo descenderá como consecuencia, porque ni siquiera existirán las condiciones mínimas para que puedan relacionarse y, posteriormente, organizarse colectivamente. El movimiento obrero en su conjunto entrará en crisis. Se había hecho fuerte en grandes polos industriales con “10.000 o 20.000 trabajadores trabajando en un mismo recinto, juntos, para la misma empresa, regidos por el mismo convenio y representados por el mismo sindicato, [que] descubren que parando el trabajo pueden alterar el beneficio del capital y la acción colectiva consigue cosas para ellos que individualmente no podrían”, resume Rubén Vega, profesor de Historia Contemporánea de la Universidad de Oviedo.
Por el contrario, continúa Vega, “las fábricas ahora son núcleos donde se ensamblan piezas que a veces vienen de muy lejos, de otra parte del mundo, u otras de proveedores y microempresas del mismo entorno, que no tienen nada que ver formalmente con la empresa matriz. En los astilleros, se necesitan las mismas personas ahora que hace 30 años para construir un barco. Sin embargo, allí sólo encontrarás a unas pocas personas. La mayoría están trabajando fuera del astillero (…). Lo que antes los obreros allí podían hacer colectivamente, ahora es imposible. No les rige el mismo convenio, no se conocen entre sí, no trabajan para la misma empresa… Esto genera una fragmentación de las relaciones laborales”.
Excepcionalmente, en unos pocos ámbitos, la lucha de los trabajadores les permitió paliar esos cambios. Mientras las multinacionales deslocalizaban fábricas y precarizaban sus condiciones, los trabajadores de la minería –en el Estado español- consiguieron transformar un cambio radical en un lento desmantelamiento (reduciéndose de 70.000 a 7.000 el número mineros en el Estado durante las últimas 4 décadas). Los mineros, ahora nuevamente levantados, cuentan con alguna ventaja frente a otros colectivos. La organización sindical y la estabilidad laboral de sus trabajadores les permite conocerse mutuamente y llevar a cabo reivindicaciones en común. Durante su vida laboral habrán aprendido –directa o indirectamente- un repertorio de acciones en común, que han resultado exitosas en el pasado y que vuelven a ser ahora parte del ‘presente’. Finalmente, su trabajo será “una forma de vida que impacta más allá del empleo […] la herencia transmitida de padres a hijos y el aprendizaje de una actividad que difícilmente puede descentralizarse y parcelarse […] un saber-hacer integrado en la propia identidad minera que se mama desde pequeño, desde la sociabilidad primaria”, como sugería Jorge Moruno. Esto les lleva a desarrollar mecanismos de solidaridad básica, fruto de una memoria que les dice qué tienen que hacer aunque nunca hayan sido educados para ello. Pero esa memoria de sus ‘modos de lucha’ sería baldía si no se asentara en un contexto –estabilidad, sindicatos, identidad colectiva- que les permitiera llevarlas a cabo.

¿Jóvenes menos combativos?
El 15M, aunque tiene un enfoque globalizador, representa más a los jóvenes precarios, parados o que trabajan en empresas sin sindicatos -o donde estos han desistido de su combatividad-, que estaban desconectados y cuya voz estaba fuera del discurso de las organizaciones clásicas. Juntos, construyen una movilización sin mediación, una multitud en red. Su foco de lucha no ha sido el ámbito laboral porque por eso son precisamente ‘precarios’, porque la temporalidad, la debilidad en la negociación de sus condiciones laborales o el cambio constante de trabajo y sector, les merma en la creación de lazos con otros compañeros y, más aún, en promover movilizaciones colectivas. Una trabajadora de telemarketing, por ejemplo, descubrirá, si al mes no es despedida o se ‘auto despide’ quemada ya con su trabajo, que su empresa carecerá de sindicatos, que no conocerá a la gran mayoría de sus compañeros y que cualquier intento por fundar una sección sindical se saldará con un repentino despido. Otro ejemplo: Hay miles de hijos de mineros trabajando en el sector servicios. Cuentan con la memoria y con la convicción de la lucha colectiva, pero, ¿cómo organizarse o cómo llevar a cabo movilizaciones en su sector? También ellos han estado condenados a vivir en silencio su precariedad.
En esta coyuntura, donde la cohesión ya no la aporta el trabajo, la fragmentación laboral se romperá en las plazas y movimientos sociales, que se convertirán en potenciales escuelas de organización de ‘precarios’ –presentes y futuros-, con diferentes perfiles y hasta entonces divididos. Tal vez estuvieron meses sin hablar de conflictos laborales, pero ‘aprendieron’ la importancia de la acción colectiva. Ahora, ¿serán capaces de llevar esos aprendizajes al ámbito laboral y generar nuevas formas de organización? La marea verde supuso un primer intento de trasladar metodologías del 15-M al entorno laboral de la educación pública para articular a sus sectores más vulnerables, los interinos. Los becarios Severo Ochoa de Asturies –y en general, todo el colectivo de jóvenes investigadores- también mezclaron redes sociales con asambleas, para impulsar sus reivindicaciones laborales, desconectadas del sindicalismo tradicional. Había ejemplos anteriores, pero la explosión social ha provocado el despertar de nuevos sectores damnificados por las medidas de austeridad.

Logros de la confluencia del conflicto social
El Centro Social Autogestionado La Madreña de Uviéu organiza una mesa redonda de confluencia de luchas, todas relacionadas con los recortes sociales. Más de 10 colectivos explican sus reivindicaciones –sanitarias, mineras, educativas, comunitarias…- y exponen sus próximas fechas de movilización. La agenda reivindicativa es imposible de seguir. Actos de mañana y tarde durante cada día de las próximas dos semanas. McAdam (1998) lo explica utilizando el concepto de ciclo de protesta, esto es, la influencia que causan las movilizaciones previas exitosas de determinados colectivos en favorecer las posteriores. Hay casos en los que unas protestas ‘madrugadoras’ cierran el paso a las posteriores. Sin embargo, en aquellas situaciones en las que el Estado presenta una fuerte vulnerabilidad se abren exponencialmente oportunidades para el conjunto de los movimientos sociales. Como el acto de La Madreña sugiere, estamos iniciando un ciclo de protesta transnacional, que está expandiendo la acción de movimientos sociales en un gran número de países, de manera inter-relacionada.
Dos de los movimientos que han alcanzado relevancia en este contexto son los mineros y el ‘universo 15-M’-. La confluencia de los primeros con los segundos ha provocado dos logros. Primero, ha vuelto a poner las luchas laborales en un primer plano, en una tendencia creciente desde la exitosa Huelga General del 29 de Marzo (donde ya se implicaron amplios sectores del 15-M). Pero no se ha quedado allí. El ‘polvorín’ previo está convirtiendo, en Asturies, estos conflictos laborales en conflictos sociales. La lucha ha ido de la calle a los centros de trabajo para volver nuevamente a las calles, en una dinámica perdida desde aquellas Comisiones Obreras del antifranquismo. Segundo, normaliza y populariza el uso de metodologías clásicas de lucha laboral. La sociedad, desde arriba y desde abajo, prescribe cuáles son las formas ‘aceptadas’ de lucha y cuáles están proscritas, generando normas sociales que regulan la acción de los individuos… Hay un proceso ‘educativo’ a lo largo de nuestra vida y una adaptación al comportamiento del resto de personas de nuestro entorno, que consigue, por ejemplo, que en una clase sepamos qué se espera de nosotros (escuchar al profesor, tomar apuntes) aunque no se nos haya dicho abiertamente. Pero no todas las personas tenemos la misma capacidad de influencia para configurar esas ‘normas sociales’, el establishment político y mediático parte de una posición privilegiada. Así, dentro del imaginario colectivo ‘de lo posible’, barricadas, huelgas indefinidas, encierros… habían sido desterradas al olvido, especialmente en los sectores más precarizados. Sin embargo, la sociedad asturiana ha mantenido las acciones de lucha minera como ‘aceptadas’, legitimando sus acciones. Así, sugiere Jorge Moruno, se espera su corte de carreteras: “ Su repertorio de acción colectiva [del minero] lleva asociada la imagen del encapuchado y la dinamita. Nadie, ningún periódico osa acusarles de “antisistema”, precisamente porque todo el mundo interpreta su actuación como algo normal en los mineros, incluso a los que no le gusta”. La simpatía y afinidad que provocan estos trabajadores (nos influyen más en nuestras ‘normas sociales’ las personas más afines) pueden favorecer un ‘contagio’ de sus metodologías a otros sectores.
Y es que, dentro del sector servicios, nuestro repertorio de acciones ‘normalizadas’ sugería hasta hace poco –salvo valientes excepciones- el acudir al abogado del sindicato o el silencio de la lucha individual y el olvido. Las recientes luchas laborales normalizan otros posibles: ¿por qué no huelgas generales indefinidas? ¿por qué no encierros? ¿por qué no más conflictividad? Así, Emilio León, sindicalista de la CSI, cree que la clave estará en ver “quien despliega más rápido, si tú naturalizando esas formas de lucha perdidas en las últimas décadas o ellos en la aplicación de políticas represivas que te disgregan del grupo. Si normalizas bloquear la salida de unos autobuses con una barricada de neumáticos o si te separan en buenos y malos manifestantes”. Los mineros pueden ayudar a que estas formas de lucha vuelvan a la superficie de las acciones habituales de los trabajadores en los conflictos laborales o, por el contrario, a que se hundan más profundo. En todo caso, para aquellos que busquen respuestas fáciles, no las encontrarán tampoco aquí: “el sistema […] ha vivido durante años con quemas de cajeros de bancos o con silicona en las cerraduras” –dice León-, que cree que “la pugna no es sólo por la represión sino por la depresión, por no ver salida”, enmarcados como estamos en una movilización sin fin que no se traduce en victorias concretas.

En las cuencas se está jugando mucho más de lo que parece
Como decíamos, en la medida en que los mineros se vayan convirtiendo en ‘uno más’ de los colectivos que luchan contra los planes de ajuste, en ‘unos de los nuestros’, algunas de sus formas de actuación pueden pasar a ser parte de los posibles modos de lucha (los repertorios) de otros colectivos en movilización. Este proceso será más acuciante dado que existe incertidumbre acerca de cómo hacer efectiva la lucha contra los planes de ajuste ante un PP con mayoría absoluta. En ese contexto, para Rubén Vega, “son un revulsivo para toda la gente que quiere reaccionar y no sabe cómo”.
De esta forma, en las cuencas mineras se está jugando mucho más de lo que parece. Una potencial victoria de las reivindicaciones mineras marcaría un nuevo camino para cientos de activistas que creerían encontrar una grieta en el sistema. Por ello, la posición del gobierno se enmarca en “una estrategia de liquidación de los sindicatos, para lo que todavía hay que batir a los sindicatos mineros”, las federaciones sindicales más fuertes, recuerda Vega. Así, una derrota, como bien sabe Rajoy, podría favorecer esa sensación de laberinto sin salida. Tatcher lo hizo en los 80 tras la huelga minera de 9 meses y sobre ello asentó su victoria neoliberal. Tras la caída de los sindicatos mineros nadie pudo resistir a su espiral de recortes, privatizaciones y desregulación laboral.
Precisamente porque se está jugando una partida más amplia que un conflicto laboral específico, la victoria sólo se conseguirá por la confluencia de ese conjunto de luchas. Habrá quien quiera ver en la minería un conflicto sectorial y que, por lo tanto, considere que su conexión con otros colectivos quitará visibilidad a su problema. Habrá quien aún piense que el 15-M tiene poco que ver con las luchas laborales o con metodologías acusadas de ser ‘del pasado’. Lamentablemente, ninguno de ellos estará entendiendo la casilla de ajedrez a la que Rajoy acaba de mover su ficha.